Escritor. Comunicador. Dejó Barcelona hace unos años para irse a
vivir rodeado de naturaleza. Comenzó a
cultivar su huerto ecológico, y le despertó tal pasión que hace unos meses publicó el libro “Un huerto para ser feliz”,
en donde nos cuenta su experiencia y
comparte con los lectores todo lo que ha aprendido.
Pero Marc Estévez i Casabosch , también es
un experto del mundo de las setas, y ofrece diversos talleres y salidas a la
naturaleza para los que quieran disfrutar de
la pasión por la micología.
También ha escrito varios libros sobre setas y rutas para encontrar esos
tesoros escondidos en los bosques.
Pero sobre todo, Marc Estévez i Casabosch es un divulgador de una
manera de entender la vida y la ecología, con la que nosotros nos sentimos muy
identificados. Hay una de las frases de
su libro “Un huerto para ser feliz” que expresa muy bien lo que os digo: “Los pequeños gestos individuales son los que
dan forma a la realidad de todos. Si
crees que otro mundo es posible, comienza por ti y haz un huerto. Puedes plantar una lechuga o plantar
cincuenta, no importa, lo que cuenta es la intención.”
Hoy tenemos la suerte de contar con él para nuestro entrevista de Huerteros.
Queremos agradecer a Marc que haya dedicado su tiempo y haya compartido con todos nosotros sus experiencias.
- Lo primero, Marc ¿Cómo tienes tanto tiempo para
dedicarte a tantas actividades y además con tanto éxito?
Bueno, déjame
decirte que hablar del tiempo siempre resulta complicado y relativo. Los días
dan para mucho si se exprimen al máximo, aún durmiendo ocho horas cada día. En
mi caso, la fórmula siempre ha sido y sigue siendo la misma: hacer en cada
momento de la vida lo que más me apetezca, sin miedos, con toda la ilusión y
pasión que mi mente sea capaz de generar. De hecho, creo que ahí es donde
reside la clave del éxito de cualquier empresa o proyecto dignos y constructivos.
Nunca he dejado de hacer lo que sentía que tenía que hacer.
- Tú eras un urbanita, pero hace unos años
decidiste irte a vivir al campo. Esto
es ahora una tendencia, pero ¿qué te impulsó a dejar la ciudad?
Nací y crecí
en Barcelona, pero siempre he tenido un pie hundido en la tierra y tocando agua.
Mis mejores recuerdos de cuando era niño son los fines de semana en el bosque
con mi abuelo, buscando setas, espárragos, frutos secos, plantas medicinales o
lo que fuera, y las vacaciones de verano, que las vivía pescando y nadando en
la Costa Brava. Ciertamente, me encantan las grandes ciudades, pero por una
cuestión de bioritmos vivo mejor, más tranquilo y sereno, en contacto directo
con la naturaleza. Como animales sociales que somos los humanos, el día a día
en una urbe resulta muy estimulante, pero hoy por hoy la contaminación
ambiental, las prisas y el exceso de hormigón fastidian un poco el pastel;
entre los gestos y las acciones de todos tenemos que conseguir ciudades más
saludables.
Dicho esto, en casa preferimos tener el campo base entre bosques y montañas, y bajar un día de vez en cuando a la ciudad si lo necesitamos, sea por cuestiones laborales o por puro placer. A efectos prácticos, vivir en el campo, con todas las tareas que conlleva y el espacio que ofrece, resulta mucho más gratificante. Además del huerto, disfrutas con la leña, aprendes a reparar el tejado después de una tormenta de granizo, subes paredes… En casa somos horticultores, jardineros, paletas, electricistas, fontaneros, arquitectos… Cuando estás solo y aislado descubres que tienes dos manos, y que hacerlas trabajar es más fácil de lo que nos han enseñado. El viaje y la aventura que supuso establecernos en el campo ha sido una experiencia vital preciosa. Pero cada uno tiene que encontrar su camino, y éste no pasa necesariamente por abandonar una gran ciudad. Al fin, ciudad o naturaleza salvaje, mar o montaña, no son determinantes para tener una vida llena de emociones, sonrisas y buenos alimentos.
Dicho esto, en casa preferimos tener el campo base entre bosques y montañas, y bajar un día de vez en cuando a la ciudad si lo necesitamos, sea por cuestiones laborales o por puro placer. A efectos prácticos, vivir en el campo, con todas las tareas que conlleva y el espacio que ofrece, resulta mucho más gratificante. Además del huerto, disfrutas con la leña, aprendes a reparar el tejado después de una tormenta de granizo, subes paredes… En casa somos horticultores, jardineros, paletas, electricistas, fontaneros, arquitectos… Cuando estás solo y aislado descubres que tienes dos manos, y que hacerlas trabajar es más fácil de lo que nos han enseñado. El viaje y la aventura que supuso establecernos en el campo ha sido una experiencia vital preciosa. Pero cada uno tiene que encontrar su camino, y éste no pasa necesariamente por abandonar una gran ciudad. Al fin, ciudad o naturaleza salvaje, mar o montaña, no son determinantes para tener una vida llena de emociones, sonrisas y buenos alimentos.
- Marc, ahora cultivas un huerto de 260
m2, ¿tenias algo de experiencia
cuando empezaste a cultivar?
Cero
experiencia. Fue divertido porque mi amigo Pera Tantiñá me trajo un poco de
plantel un día que vino a visitarme, justo la semana que empezaba a diseñar el
espacio para cultivar. Hace ya algunos años pero me acuerdo de ese momento como
si fuera ayer. Miré esas plantitas que me trajo como si fueran de otro planeta.
Supe que unas eran tomates por su olor, básicamente, y las otras me las fue
clasificando él. Qué sensación más extraña, tomar conciencia de que no sabes
nada del origen de las hortalizas que te rodean. Rápidamente puse remedio, y me
pasé meses estudiando como un loco todo lo que encontré referente a jardinería
y agricultura, devorando libros, estudios y tratados, cotilleando huertos y
jardines, charlando con experimentados, y cómo no, manteniendo un hilo de
contacto con mi amigo Pera. Con él quedábamos en el huerto o en el bosque. En
el huerto yo preguntaba y el ejercía de maestro. En el bosque los papeles se
invertían, y yo le traspasaba mis conocimientos sobre setas, suelos, árboles y
plantas silvestres. El hecho que traer conmigo muchos otros conocimientos
relacionados me ayudó mucho en el momento de ponerme a cultivar. Lo único que
tuve que hacer es relacionar conceptos y establecer paralelismos entre lo
silvestre y lo domesticado.
- Cultivar un huerto de tierra puede parecer algo
agotador, y que requiere mucho esfuerzo y mucho trabajo. ¿Cuánto tiempo le dedicas a tu huerto?
A trabajarlo,
muy poco tiempo, porque se trabaja él solo. Si hago una media, me salen unos
15-20 minutos de trabajo al día. El resto, que aquí no contabiliza, es el
tiempo dedicado a pasear por el jardín comestible, a cosechar, o bien a
observar todo lo que allí sucede para poder prevenir y estar al caso de la
evolución del conjunto. Son las lombrices, los hongos y todo el resto de
microorganismos los que curran día y noche para sacar adelante una buena
tierra. Es el agua, la materia orgánica que añades, las rotaciones de cultivo,
el diseño práctico y funcional, la compañía de plantas beneficiosas… todos
estos factores y elementos, bien equilibrados, son los que nos permiten
minimizar nuestro trabajo. Un huerto en tierra puede llegar a ser agotador,
pero si llega este punto querrá decir que algo hemos hecho mal. Por este motivo
quise crear y escribir “Un huerto para ser feliz”, precisamente para recordar
que hay formas fáciles y saludables de cultivar. Todo es cuestión de concepto,
de diseño y de planificación. Será una tarea fácil si somos organizados.
-
Marc, ¿Cómo tienes organizado el huerto, qué
método de cultivo utilizas?
Hay rincones
para todo, porque además de ser un espacio para la producción de alimentos, también
ejerce la función de banco de pruebas experimental. Aún así, la zona fija desde
los inicios del huerto consiste en 16 bancales fértiles de tamaño similar,
aproximadamente de unos 6 metros de largo cada uno, por 1,2 metros de ancho, separados
por caminos empajados que permiten circular con comodidad y llegar fácilmente a
todos los espacios de tierra cultivable. Para mí, la tierra donde se cultiva es
sagrada, e intento no pisarla nunca para no interferir ni molestar a los
pequeños organismos que viven y trabajan en ella. Todo es orgánico, y solamente
utilizamos procedimientos manuales a la hora de trabajar el espacio. Nada de
motocultores u otras herramientas que además de ruido, lo único que hacen es
romper el equilibrio que se crea a base de delicadeza y tiempo. Por otro lado,
estos 16 bancales permiten llevar un fácil control de las rotaciones y
asociaciones de cultivos. Todo el margen sur del huerto es un gran bancal
fértil de unos 20 metros de largo por 4 de ancho que lo utilizamos para plantas
que necesitan bastante espacio, como son las calabazas o las sandías. En el
margen norte, además de espliegos y salvias, tenemos espárragos. En el espacio
sobrante hay lugar para hacer planteles, sea al aire libre o en el invernadero,
también para algunos frutales y otras matas de aromáticas y medicinales, para
las fresas y otros frutos rojos, para las gallinas. Asimismo, me gusta hacer
pruebas en recipientes y contenedores, para ver los resultados que se pueden
conseguir en pequeños espacios.
Al vivir en
un lugar abierto, sin barreras, el entorno de la casa no queda separado de los
campos y el bosque por medio de ningún elemento, y esto hace que las
posibilidades de expansión sean múltiples y muy variadas. Lo difícil, en
nuestro caso, es limitar el espacio y no producir más de lo que necesitamos,
porque mantener el equilibrio en este sentido también es muy importante. ¿Para
qué plantar trescientas tomateras, si con ochenta tenemos suficiente? ¿Para qué
diez plantas de calabacín, si con dos o tres ya llegas al otoño saturado de
calabacines?
-
Cuando tu huerto empezó a funcionar ¿hay algo
que te hiciera sentir especialmente orgulloso?
¿Hubo algún descubrimiento que te sorprendiera?
Cuando
empiezas a cultivar, cada día supone un nuevo descubrimiento. El propio
desarrollo de las plantas, de hecho, ya lo es. Y observar con atención todas
las interacciones y movimientos que se van sucediendo a lo largo del año en el
huerto es una lección digna de la mejor universidad a la que uno puede asistir.
Luego, llevarte a la cocina lo que semanas, meses o años antes has sembrado con
tus manos, es una sensación que todo ser humano debería experimentar en sus
propias carnes. La felicidad del huerto aparece durante el proceso de
planificación y desarrollo, pero mentiría si dijera que la cosecha es
secundaria. Realmente, cuando estás en la cocina y tomas conciencia de los
valores que se esconden en los alimentos que tienes en las manos, alimentos que
han llegado a buen puerto gracias a la energía que tú y tu entorno habéis focalizado
en ellos, te abraza una sensación de bienestar difícil de contar a través de
las palabras.
-
Las hortalizas que cultivas, ¿son variedades de
la zona de dónde vives?? ¿Has
descubierto alguna variedad que nos puedas recomendar?
Estamos en el
Solsonès, en pleno Prepirineo y a unos seiscientos metros de altitud. Por
desgracia, hasta en un lugar así, poco habitado y de carácter plenamente rural,
los tentáculos del capitalismo también han conseguido arrebatar sabiduría y
conocimiento a los nativos. Mucha es la gente que ha comprado semillas, plantel
y otros productos a las tres o cuatro grandes empresas del sector durante
décadas, sin saberlo, o simplemente sin darle importancia, en detrimento de la
conservación de semillas propias, del intercambio entre vecinos, etc. Por
suerte, la situación está cambiando a mejor, y los que cultivan se dan cuenta
de la importancia de mantener y recuperar variedades de hortalizas
tradicionales, y de conservar el recurso en casa, puesto que disponer de buenas
semillas propias es un tesoro que conviene proteger.
A partir de
esta situación, y procurando no convertirnos en mesías de la utopía y lo ideal,
creo que se trata de combinar realidades y tener la mente abierta. Ni todas las
variedades tradicionales de hortalizas que se intentan recuperar funcionan tan
bien como se podría suponer de antemano una vez en el huerto, ni todo lo que
proporcionan las grandes empresas del sector forma parte de una conjura a favor
de intereses oscuros. Nosotros nos movemos en estas aguas, bebiendo un poco de
todas partes, con criterio, pero sin radicalismos. De variedades tradicionales
que han conseguido hacerse un hueco fijo en nuestro vergel te podría citar la
berenjena blanca, cultivada en la comarca del Bages desde hace muchos años, las
coles de papelina, el tomate de colgar mala cara, la sandía blanca, la cebolla
de Figueres o la lechuga carxofet. De casi todas ellas, y de muchas más, se
pueden encontrar semillas ecológicas gracias al trabajo de la gente de Les
Refardes, entre otras iniciativas hortícolas que persiguen conservar el
patrimonio genético de cada territorio.
- Marc, las plagas y enfermedades de las
hortalizas preocupan mucho a los horticultores urbanos. Nosotros en el blog siempre recomendamos la
prevención y utilizar otras plantas para tener un huerto más sano. En tu libro también lo explicas. Pero ¿Qué plantas nos recomiendas que tengamos como aliadas en el huerto y que no pueden faltar
en un huerto ecológico?
Salvias, espliegos,
capuchinas y ortigas, por ejemplo, no pueden faltar. Durante la primavera,
observar la multitud de mariquitas que se esconden entre las hojas de una mata
de salvia, a la espera de que se instalen los pulgones en las habas para poder
iniciar una lucha biológica en toda regla, es fantástico. Con un poco de
suerte, en unos días las mariquitas habrán devorado hasta el último pulgón. También
resulta ideal disponer de consuelda; con su infusión conseguimos un buen
insecticida, y su extracto es un abono foliar de primera categoría.
En general,
conviene desmitificar tanto las plagas cómo las enfermedades. Tener un huerto
en ningún caso debe convertirse en una lucha en contra de los elementos. Digo
esto porque hay veranos muy húmedos y lluviosos, en los que por más decocciones
de cola de caballo o disoluciones con suero de leche se apliquen, es muy
probable que los hongos se hagan protagonistas en algún momento del ciclo de
cultivo y acaben atacando a tomates o berenjenas. Y lo mismo sucede con
pulgones, orugas o caracoles. Tenemos que limitar, nunca aniquilar, y aceptar
que no siempre va a salir todo como lo esperábamos. Algo bueno del huerto
saludable es que, con él, fomentamos la biodiversidad y permitimos la
interacción entre bichos, sean arácnidos, hongos o bacterias, y son ellos los
que al fin tienen que autoregularse y mantener en equilibrio nuestro espacio.
-
¿Qué enseñanzas y valores te ha aportado tener
un huerto ecológico?
Tener una
parcela de imaginación, pero también de rutinas bien marcadas en el calendario,
como es el huerto, aporta una dimensión terrenal al asunto que repercute
directamente sobre el bienestar físico y emocional de la persona que lo cuida y
lo mantiene. Cada día te hace ver que es un nuevo día, porque las cosas que hoy
observamos en él nunca son exactamente iguales que ayer. Por lo tanto, nos
habla de la posibilidad de cambiar, de ser flexibles, de darnos cuenta que nada
es tan sumamente importante como el momento presente. Cierto es que la memoria
de los cultivos pasados puede ayudarnos a engordar un poco nuestra sabiduría, y
que un poco de planificación futura hará que todas las tareas sean más
llevaderas, pero al fin, lo importante es levantarse de la cama, ir a darle una
ojeada, observar, y tomar les decisiones pertinentes en el supuesto de que sean
necesarias: trasplantar, cosechar, podar, actuar para limitar la acción de un
determinado bicho, cambiar una planta de su ubicación, regar… Todo esto es
vivir el momento presente, más allá de las historias que nos puedan azotar por
la simple realidad de vivir en una sociedad compleja. Todo esto ayuda a
mantener nuestros pies en tierra firme y mantener la sensatez.
En mi caso,
puedo afirmar que los valores que se desprenden de la creación y manutención
del jardín comestible conforman un abanico de lo más rico y diverso. Generosidad,
empatía y concepto de belleza, para llevar a cabo la aventura. Paciencia,
cuando aprendes a gestionar la espera entre siembra y maduración. Constancia,
porque sin ella las tareas más sencillas tendirían a acumularse y, en
consecuencia, se descontrolaría el mantenimiento del espacio. Serenidad, para
mantener cierto equilibrio. Ternura a la hora de trabajarlo y ejecutar
cualquier procedimiento. Mucha responsabilidad, tanto personal como compartida.
Aceptación y convivencia con las grandes fuerzas de la naturaleza, sean
tormentas, sequías, heladas o cualquier inclemencia que esté fuera de nuestro
control. La escala de valores que se trabaja con el huerto és interminable.
-
Dinos tres razones para tener un huerto en casa.
Con nuestro
huerto, sea grande, pequeño o minúsculo, estamos aportando nuestro gesto y
nuestra intención a favor de un planeta más digno, justo y habitable. A su vez,
ayuda a mantener el equilibrio emocional de la unidad familiar, al trabajar
valores como la paciencia o la constancia, poco habituales en el día a día de
la sociedad en la que vivimos. Y para nosotros, en casa, es primordial su valor
como fuente de alimentos saludables, orgánicos y de recorrido cero, que supone
uno de los primeros pasos para empezar a caminar hacia la soberanía personal y
la autosuficiencia.
Gracias Marc¡¡¡¡
Podeis var información sobre los talleres y rutas guiadas que Marc ofrece en su web EL SECRET MES BEN GUARDAT, y también en su blog.
Cultiva tu corazón verde.
No te pierdas el placer de tener un huerto en casa.
Buena cosecha a todos ¡¡¡
2 comentarios:
Una entrevista muy interesante.
Gracias Angelita¡¡¡ Me alegro que te haya gustado.
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